domingo, 25 de diciembre de 2016

Las perdices de Navidad

Un lance a perdiz con el Pointer en muestra rezuma tensión, firmeza y, a la vez, una plasticidad en las formas difícil de describir. La bravura de nuestra perdiz roja hace que en más ocasiones de las que deseáramos no consigamos llegar al lugar donde nuestro Pointer las tiene bloqueadas, alzando el vuelo y poniendo tierra de por medio tan pronto advierten de nuestra aproximación. Esta es la más evidente de las estrategias de defensa de nuestra perdiz pero es la opuesta, es decir, cuando decide quedar amagada, la que pasa en muchas ocasiones desapercibida. Quien no ha dicho algunas vez aquello de "se las tragó la tierra". Pues no se las traga, quedan ahí, aplastadas y mimetizadas con el terreno. Las condiciones ambientales del momento, la mayor o menor presencia de otros cazadores batiendo el terreno, el hecho de haber roto el bando, a título de ejemplo, pueden ser circunstancias que propicien esta estrategia de defensa.
Diva del Valle del Upa y Ada de Casabermeja,




El día de hoy, Navidad, se tornaba difícil localizar primero y llegar después a las perdices. Pocos cazadores en el cazadero obligaba a redoblar esfuerzos para tratar de dar con algún bando; los trigos, algunos ya de más de cuarta, estaban chorreando y a buen seguro las perdices no los iban a tomar a primera hora. Habría, entonces, que buscarlas por los lindazos, barbechos, arroyos y recrecidos de trigo poco apretado.
Ada

Diva, con perdices 
Las primeras perdices que se dejaron ver se anticipaban a las perras sin que ellas siquiera las vieran. Cuando ya llegaban a la zona de los levantes tocaban las emanaciones y ahí quedaba el asunto. La escena se repitió alguna vez más. Así el panorama, la mañana iba pasando sin mayor fortuna hasta que Diva, secundada por Ada, fueron a topar con el bando más "perezoso" con el que nunca me he encontrado.

Andaban las perras batiendo una enorme llanura a la que habían pasado las gradas y el trigo había renacido. Se alternaban zonas más o menos claras, que mostraban los surcos con otras con el trigo apretado y hasta la rodilla. Había que ir a trastear las zonas más ralas ya que a buen seguro las perdices evitarían el trigo espeso y empapado. Sin embargo, ya casi dispuesto a abandonar la estrategia, cuando trataba de pasar sobre una alambrada medio caída, dirección a un arroyo, advierto que Diva no había pasado. Achuchaba el alambre en dirección al suelo para permitirme pasar al otro lado en eso que, a medio pasar, como si de un pensamiento premonitorio se tratara, me giré en busca de Diva. Me la encuentro en muestra a no más de treinta metros. Una breve carrera y me posiciono a su derecha. Para cuando llego, Ada ya está a su lado tan tensa como ella. Las perras estiran los cuellos y alzan las cañas nasales al máximo. Parecen gemelas. Me escoro un poco más a la derecha, casi las tengo de frente, pero sin interponerme entre ellas y la emanación. Pasan los segundos, no pocos, las perras no pestañean, Diva da un pequeño tirón, como un relámpago. Ada la secunda pero no se atreve y tan solo da un pasito. Sigue pasando el tiempo, allí no levanta nada lo que me hace pensar que pudiera ser una liebre encamada o las emanaciones dejadas por un bando de sisones que antes vi salir por la zona. Sin embargo, las perras no pueden estar más tensas, ya les tiemblan los muslos como si fueran de gelatina.

Diva
Los ojos de Diva, más adelantada, estaban desencajados. Desesperado, soy yo el que empiezo a dudar. Jaleo, doy voces, palmadas y nada. Ya tengo las perras a escasos cinco metros, doy un último paso y, como un tremendo estruendo, alza un bando de perdices casi de los pies. Dos disparos a las que salen hacia la derecha que yerro. Con el de gracia encaro una más trasera por la izquierda que veo caer de ala al trigo a unos doscientos metros. Con el corazón a mil me temía los peor, que se perdiera. Sin embargo, Diva y Ada no tardaron en bloquearla de nuevo tan pronto llegaron a la zona. Resultó un hembra con la puntita del ala rota. El lance a un bando de perdices más largo, intenso y brutal que nunca he tenido y el mejor ejemplo de la capacidad de supervivencia de la especie reina de nuestros campos, siempre sorprendente. A buen seguro pasé a menos de doce metros del bando y sólo la destreza de las perras dieron al traste con su estrategia de defensa. El lance que casi acaba en desastre, un 25 de diciembre de 2016 que nunca olvidaré.

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