Orígenes

Nací en Casabermeja (Málaga), o “El Lugar” como nosotros llamamos a nuestro pueblo. Crecí en sus empinadas calles y plazas, disfrutando de sus campos y montes, del río Gaudalmedina, bajo la inmutable silueta de la Sierra del Co.

La infancia y juventud vivida en el pueblo me permitió estar siempre en contacto con la naturaleza y disfrutarla en su plenitud. Aquellos años de la niñez los pasé entre baños en el rio, jornadas de caza furtivas con la escopeta de plomo, trampas, lazos, lirias, redes, cría de cernícalos o tórtolas para luego liberarlas. Aquel espíritu salvaje me hacía trasladar al campo el patio de juego, dejar la pelota y las amistades para estar todo el tiempo posible tras pajarillos, buscando nidos, cazando ranas o pasando horas y horas escondido en una choza aguardando a que el bandito de jilgueros entraran al aguadero.
Ya se sabe que los años lo curan todo y aquella joven alma que todo quería atrapar se transforma en una mentalidad conservacionista y respetuosa con la naturaleza.  Aquellos petirrojos que habidos de alúas caían ciegamente en las trampas son ahora admirados, me evocan aquellos buenos años y su trino me produce un sentimiento embriagador y placentero. Es época de granadas, membrillos, castañas y bellotas asadas. Ha llegado el otoño y con él, el inicio de la temporada de caza.
Sin tener a ningún cazador en mi familia más próxima, salvo mi tío Juan, q.e.p.d; en lo más profundo de mi ser latía el ansia de la caza. Y no era de extrañar. El ambiente propio de la caza se respiraba por doquier y con ello se despertó, desde muy temprana edad, ese instinto que todos llevamos dentro. Cuadrillas de cazadores y sus jaurías de podencos junto con algún garabito alborotaban la plaza a la caida del sol. Los cazadores, a su regreso del campo, acudían a refrescarse a la Taberna de Antonia “la Barrosa” y Sebastián “El Brevo”, mis abuelos. Varias mesas se juntaban y se colmaban de conejos amontonados. Los cazadores, bebian y fumaban como carreteros, comentaban los lances defendiendo a capa y espada que la "Rubia" o el "Canelo" eran mucho mejores y echaban mas conejos que todos los del compañero. En esto, aun seguimos igual. Eran los tiempos en que al campo se salía y regresaba a pie.

Aquellas imágenes en mi menoría de niño quedaron grabadas y dejaron huella, de manera que tan pronto adquirí la mayoría de edad, no tardé en obtener la licencia de armas y con una paralela prestada me inicé en la verdadera caza menor. Al poco demandé una escopeta propia a mi padre y de manos de un compañero de trabajo me procuró una vieja "caña" de la afamada marca Victor Sarrasqueta que aun conservo. 

Y en la caza, una pieza que de niño me hacía correr tras sus perdigones, se convirtió en mi principal objetivo. Me refiero a la, tristemente cada vez más escasa, perdiz roja.

Pero pronto pude comprobar que desmerecía mucho su caza si no se hacía con el auxilio de un perro. De entre las distintas razas enseguida me interesaron los de muestra. Su plasticidad y forma de cazar me cautivaban. Así que pronto puse las miras en una casta de perros de la que, antaño, un vecino tenia un ejemplar. Se trataba de un perro al que todos llamaban pachón. Sin embargo, este perro era diferente a la “Canela” y al “Moro” que tenía mi tío y ello a pesar de que también a estos les llamaban pachones. “Canela”, tenía una capa blanco marrón, de talla media y armoniosa. El “Moro” un unicolor negro no muy  grande pero de fuerte osamenta y buen músculo, pero ninguno de los dos eran comparables con la belleza de aquel blanco naranja del vecino porque aquellos perros eran cruzados entre podenco y un verdadero pachon. Es decir, garabitos más o menos apachonados.

Luego, con el tiempo,  supe que aquel perro que tanto me llamó la atención  de niño y que la gente le llamaba pachón no era más que un majestuoso pointer, fuerte, sólido, de cabeza promitente y pronunciados stop y hueso occipital del que los,- pocos,- aficionados a la caza de los pájaros (que es como se denominan a las perdices en mi pueblo, más que por su propio nombre) decían era el mejor para su caza. No hubo durante muchos años en el pueblo más perros de esta raza, así que al poco de iniciarme en la caza todo mi pensamiento se encaminó en hacerme con uno de estos ejemplares. Así llego a mi mano mi primer pointer, una cachorrita que me regalaron y crié a biberón desde muy pequeña, con la que inicié mi afición y admiración hacia los pointers.

Esta primera perra llamada “China” era un ejemplar sin papeles de la que desconocía sus antecesores. De capa blanco hígado y de una estatura media esta perra destacó por su enorme pasión y andadura y que, por mi ignorancia sobre la raza, me hizo al principio enojar y sacarme de mis casillas. Un poco de documentación de las pocas publicaciones existentes como las revistas “Caza y Pesca”, “Captura” y más tarde “Trofeo”, “Perros de Caza” y otras más me sirvieron para entender pronto el valor de esta raza y disfrutar de su estilo de caza.

Como anécdota referida a esta perra y aquella época temprana como cazador con pointer, reseñar una ocasión en que nos juntamos varios para dar la típica mano a los pájaros. Montábamos las escopetas y cogíamos los pertrechos. Entre tanto la perra no tardó en salir disparada al barbecho con su típico galope largo y zigzagueante, “a lo loco”, como no tardaron en calificar los compañeros que nunca habían visto a un perro cazar con un galope tan desenfrenado y a esas distancias, menos aún conocían su potencial. Desde luego, no le concedieron el beneficio de la duda y no se hicieron esperar los descalificativos. Pero la propia perra se encargaría de defenderse y a presencia de todos, la vimos enfilar una larguísima guía, a tirones, hasta coronar una loma donde fijó un bando de perdices. Fue, por suerte, suficiente para saldar tanta ofensa que se estaba diciendo sobre “estos perros locos que sólo saben correr". También para mí fue suficiente para, progresivamente, pasar de cazar en mano a convertirme en un cazador que la mayoría de las veces cazaría al salto y en solitario con la sola compañía de mi pointer.
Con los años fueron desapareciendo unos y llegando otros nuevos pointers, aunque no en exceso porque nunca tuve más de dos a la vez, destacando por su buen hacer durante los catorce años que estuvo en mi casa mi buen perro “Terry”. Un blanco naranja de buena talla descendiente de un perro llamado “Pin” muy laureado en la disciplina de San Huberto en aquellos años. De los catorce años que “Terry” me acompañó, once los dio cazando. “Terry” fue un perro muy precoz. Su primera perdiz la puso a la edad de seis meses a los pies del monte de la Torre Zambra. Por cierto, la perdiz la dejé para criar porque la "temblaera" que me entró al verlo en muestra no me permitió acertar con ninguna de las dos plomadas que le largué.

De este perro recuerdo su buena andadura y galope, que practicamente mantuvo hasta sus ultimos dias, pasión cinegética, gran aguante físico (nunca se aspeó) y, sobre todo, los innumerables lances que me brindó durante tantos años a mi lado. Su despedida como cazador me resultó muy triste puesto que en su última jornada de caza tuve que recogerlo en brazos y trasportarlo hasta el coche. Sus caderas ya no dieron más de sí. Y, aunque era ya muy mayor y era de esperar un desenlace así, no supe darme cuenta que aquel gran perro, con el que se puede decir que crecimos juntos cinegéticamente hablando, llegaba a su fin. “Terry” dejó un gran recuerdo en mi familia y sus restos reposan en una propiedad familiar bajo la sombra de un gran álamo en plena campiña.

Noviembre de 2004, una de las últimas jornadas con Terry

Por desgracia, para muchos cazadores, la concepción que tienen del pointer es extremista. Y no justamente para alabarlo, más bien al contrario, para desprestigiarlo. La ignorancia es el gran mal de la humanidad, y el Pointer no se escapa de ella. En cambio, otros no nos resignamos a dejar de disfrutar de esta gran obra maestra de la cinofília y, además, si podemos y la suerte nos acompaña, contribuir a su conocimiento y difusión entre los cazadores.

En la actualidad he tenido la satisfacción de haber conocido a dos grandes apasionados del pointer que me ha permitido reponer mi plantel de perros. Me estoy refiriendo a los amigos Ginés Burló Moreno, de Cieza, gran aficionado y criador de pointers con su afijo “de Gran Busca”; y el no menos apasionado y conocedor de la raza Javier Vázquez Álvarez, de Estepona, con su afijo “del Valle del Upa”.  Desde aquí mi agradecimiento por el buen trato que me han dado y por su compromiso personal que siempre me ofrecieron.
Con su ayuda y con la afición al pointer que profeso he decido mantener un minimo de perros que me permita minimizar el riesgo que supone la posibilidad de perder un ejemplar por cuaquier circunstancia y quedarme así sin auxiliar, como de hecho me ocurrió; poder, además, disfrutar de cada uno de estos ejemplares haciendo turnos entre varios perros en la misma jornada de caza y no tener la necesidad de llevar a ninguno de ellos hasta la extenuación y, como no, por tener la satisfacción de poder cruzar en el futuro alguno de mis ejemplares más notables con otros y disfrutar de la emoción de la cria de nuevos pointers que puedan mejorar a los presentes.

Y, para ese fin, en honor a mi pueblo, esos pointers que puedan nacer en mi casa serán POINTERS DE Q’SARBERMEJA.
 

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