Quien como yo tiene las perdices en la otra punta del mapa, para salir a campear los perros hay que armarse de "valor", autoconvencerse, repetirse para los adentros aquello del que algo quiere, algo le cuesta. Así que para poder dedicarle un par de turnos a cada perro no queda otra que meterse entre pecho y espalda un montón de kilómetros volante en mano. Pero la verdad es que conducir, si se hace por carreteras secundarias a una velocidad moderada, resulta placentero y hasta desestresante, sobre todo cuando se realiza el camino de vuelta. Permite la contemplación del paisaje, -que en nuestra Andalucía es ya primaveral-, descubrir esa collera de perdices que pacen en el trigo tranquilamente, junto a la cuneta de la carretera, o aquel conejete que toma el sol sin perder de vista su agujero. El cazador lleva en su ser ese instinto atávico de descubrir a la salvajina, tal cual le ocurre al pescador que no puede evitar asomarse al rio cuando cruza un puente queriendo, claro está, adivinar la silueta de un gran pez. Ya en el campo, ese será el objetivo, descubrir la perdiz roja de la manera mas noble que se ha inventado y que no es otra que con la ayuda de una de las razas caninas que mejor interpretan al perro de punta: el pointer.
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Remontando la emanación |
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Al otro lado del padrón aguardaba la perdiz |
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Aguantó firme hasta que pude llegar para asistirle el punto |
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Cheyen |
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Diva |
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