Vamos a tener que echar mano de la memoria histórica para recordar y poder explicar a los futuros cazadores qué era aquello de la perdiz roja. La perdiz roja de verdad, la perdiz brava y salvaje porque, hoy por hoy, cuando se habla de perdiz, a parte del adjetivo de roja, hay que añadirle otro adjetivo para aclarar si estamos ante una autentica perdiz o ante la, ya habitual, perdiz de granja, de plástico o cajeteras.
Un patrimonio natural como es la perdiz roja ibérica (alectoris rufa) se extingue y la mayoría de cazadores y directivos de cotos miramos para otro lado. Cuando se plantea esta problemática todo son excusas para no afrontar el problema y tratar de dar solución. Podríamos hablar de la mejora de hábitats y tratar de propiciar las condiciones adecuadas para la cría y alimentación de los pájaros con, por ejemplo, el cultivo de parcelas de pequeños agricultores que estarían dispuestos a cederlas gratuitamente al coto por tal de ahorrarle los costes de su cuidado y poder los gestores del coto, de esta manera, controlar el tipo de siembra y su cosecha pensando siempre en favorecer la nidificación, así como la disposición de comederos y bebederos estratégicamente ubicados, la conservación de linderos, es decir, podemos hablar de una verdadera gestión en la que el fin último no sea cazar por cazar y a pesar de cualquier circunstancia, sino que el objetivo final de la gestión sea la pervivencia de una población significativa de pájaros en el campo que garantice la mejora de la población perdicera para el año siguiente, tanto en cantidad como en calidad.
Sin embargo, en lugar de una filosofía conservacionista, en las gestoras de algunos cotos se renuncia a esta idea de preservar nuestra perdiz, permitiendo su caza indiscriminada, sin distinción ni control sobre el numero de cazadores y zonas de caza, métodos de caza, con cupos que solo sirven para plasmarlos en un plan cinegético que, dicho sea de paso, no tienen nada de planificacion o, como en la presente campaña, permitiendo su caza a pesar de que las pocas perdices que quedaron de la temporada anterior apenas han criado como consecuencia de la falta de lluvia en la primavera pasada. No se deja madre en el campo porque ya no la hay y, a pesar de ello, nos da igual.
Por suerte para otros cazadores, la cordura ha reinado entre los gestores de sus cotos, y ante un año de cría nefasta han decidido, con buen criterio, no cazarla en ninguna de sus modalidades. Casualmente, suele coincidir que en estos cotos, las repoblaciones masivas e indiscriminadas de perdices o, más finamente llamados, refuerzos no se suelen realizar. Simplemente se cuida y mira por lo que hay pensando en el mañana.
No me voy a extender mucho más, solo decir que por desgracia esta situación que denuncio no es extraña para el coto de mi pueblo. Así lo compruebo tras cada sábado y domingo después de patearme el campo durante horas y constatar que la perdiz roja está extinguida en la zona de campiña, en las hazas, como se le llama aqui.
Quedan pocos, muy pocos bandos y por si fuera poco suelen tener un exiguo número de individuos y, como decía, en lugar de conservarlos y tratar de que se reproduzcan hasta conseguir una población aceptable, las cazaremos hasta exterminarlos por completo. Y lo más triste es que parece que a pocos les importa esta situación o, desde luego, no lo parece porque no dan muestra de lo contrario. En el mejor de los casos, cuando se plantea el problema a los gestores, enseguida se advierte que priman otros intereses que supuestamente van encaminados a la sustentación económica del coto en el que se hace imprescindible la necesidad de mantener un determinado número de cazadores ( léase, excesivo e insostenible) a los que hay que garantizar que puedan colgarse un par de pájaros porque, de otra manera, lo abandonarían y sin ellos, no habria recursos. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola. Y si para evitar la fuga de cazadores se hace necesario e imprescindible cazar bajo cualquier circunstancia y condición, o si para ello hay que recurrir a las perdices de granja, pues se recurre y santas pascuas. Este y no otro es el argumento principal esgrimido por los gestores que pasa por la renuncia a una caza conservacionista y sostenible y que, por lo demás, obtiene el beneplácito de los propios cazadores que abdican y reniegan de cualquier solución que pase por no cazar las perdices hasta su recuperación. Vaya tontería esta, verdad (Ironía).
Pero si no quedan perdices en el campo, qué es lo que se caza. Pues lo que se cazan son esas perdices criadas en cautividad a las que me vengo refiriendo. Pájaros de dudosa pureza genética y estado de salud, muchas de ellas escuálidas, como tórtolas. Son el sucedáneo, perdices descafeinadas soltadas en el campo a las 8 de la mañana para matarlas a las 9. Y si esto es así, es porque nosotros, los cazadores, queremos que así sea. Nos priva más darle gusto al gatillo, la caza fácil dando manos (paseos) en paralelo a los carriles, donde sabemos se han aplastado tras la siembra hecha desde el todoterreno, donde tenemos la certeza que esos pájaros bobos estarán atontados y desubicados de su cálida granja.
Qué imagen más desalentadora la de los sábados. Una cantidad ingente de cazadores y perros por todos los rincones de la campiña tras pájaros raquíticos y desplumados. Ya, con el domingo, todos, cazadores, perros y pájaros, habrán desaparecido de la escena porque en este día, exento de suelta de granjunas, ya somos mucho menos los que destripamos terrones en busca de esa añorada perdiz que por ningún lado aparece. Esa perdiz a la que no hacía falta especificar su procedencia porque toda ella era salvaje y brava y de la que ahora nos resulta casi imposible localizar algún ejemplar.
Quiero albergar la esperanza de que, esperemos que más pronto que tarde, cambiarán las mentalidades y se llegue a la convicción de que una perdiz vale más viva que muerta, se prime su recuperación y conservación porque hoy, la verdadera perdiz, está bien muerta.
